En el sur de Galicia, parroquia de Rubiós, municipio de As Neves, donde nos encontramos, por primera vez desde hace cinco días hemos conseguido salir del aislamiento. Las carreteras están abiertas y hemos recuperado la línea de energía eléctrica; la de teléfono e Internet no está ni se le espera de momento.
Literalmente, se ha vivido aquí un infierno, con numerosos y gravísimos incendios diseminados por gran parte de la geografía gallega, especialmente la más cercana a Portugal, país de donde procedía el foco principal, cruzando sorprendentemente el cauce del río Miño y entrando en la población de As Neves, el kilómetro cero del siniestro, llegando incluso al núcleo urbano.
Mi familia y yo no nos hemos librado del mal trago. Con la comida en la mesa, a punto de sentarnos, escuchamos algo parecido a miles de caballos trotando al unísono. Mi mujer salió a otear el horizonte y observó cómo a unos dos kilómetros se alzaban varios fuegos y se desplazaban rápidamente debido a los fuertes vientos provocados por «Ofelia», un huracán que llegó desvanecido a las costas gallegas pero que aún así se sintió sobremanera. Las llamas avanzaban imparables favorecidas por un terreno muy seco (tras meses sin llover) y una biomasa que ardía con extrema facilidad. Entonces, aquel sonido que llegaba hasta nosotros se transformó en el de una marabunta, extensas llamaradas sobresalían por encima de las copas de los árboles emitiendo un zumbido sobrecogedor que intimidaba, anunciando su rápido acercamiento.
Tratamos de ingeniar cómo detener lo que se venía encima, disponiendo tan sólo de una manguera conectada a la cooperativa vecinal de aguas, ya que nuestros pozos eran inservibles al no disponer de energía eléctrica para activar las bombas, por haberse quemado la acometida de la compañía que nos da el suministro.
Un buen número de vecinos nos concentramos en un cruce de carreteras cercano. Y allí mismo, a pocos metros, observamos como el fuego llegaba por el sur a través de una vaguada, plantaba en un canal y comenzaban a estallar las cañas estruendosamente como si fueran cohetes, al tiempo que traspasaba la carretera y subía velozmente a través de las fincas de viñedo, alcanzando varias edificaciones, entre ellas la antigua casa de piedra de mis bisabuelos, deshabitada pero ahora en ruina total. Desde lo alto nos llegó el grito de una mujer desesperada porque su casa ya estaba siendo pasto de las llamas. Cada cual decidió regresar rápidamente y ocuparse como pudo de sus propiedades.
En escasamente una hora aquellos fuegos más lejanos que venían por la cara norte ya los teníamos encima, sorprendiéndonos y rodeándonos por tres puntos cardinales junto con los que llegaron por el sur y el naciente. Los fuegos amenazaban con alcanzar nuestra casa de campo, que se halla a sólo cuatro metros del monte. Ningún servicio oficial contraincendios operó en nuestro entorno, salvo Policía y Guardia Civil, que se limitaron a evaluar si era necesario realizar desalojos. El Ejército pasó de largo en dirección a la frontera con Portugal, para atacar allí lo grueso del siniestro.
Mientras tirábamos de una manguera hasta el monte vimos aparecer a Dani, de la Bodega Señorío de Rubiós, capitaneando varios trabajadores, con un tractor que arrastraba un gran depósito-bomba utilizado habitualmente para sulfatar la vid. Con su oportuna presencia, tras remojar concienzudamente todo el perímetro, atacaron el monte con gran eficacia permitiendo en poco tiempo contener varios focos importantes, especialmente el que entraba por el lateral de la vivienda, y otro que había conseguido traspasar la pista de acceso y comenzaba a prender en la maleza extremadamente seca de una finca anexa. Inmediatamente liberamos a nuestro perro, que nos rondaba continuamente inquieto y atemorizado.
Contenido lo grueso del fuego, los tres que éramos de familia en ese momento nos dedicamos a acarrear cubos de agua a unos 15 ó 20 metros para remojar los rescoldos del frente más peligroso, con objeto de que no avivasen pero, para nuestra sorpresa, observamos como el mantillo que cubría gran parte de la superficie forestal servía de mecha para que la brasa continuase su avance, amenazando con plantar en unos grandes montones de biomasa que hay justo frente a la vivienda, y que permanecen allí desde la última vez que talaron algunos pinos. Eso nos obligó a un continuo acarrear de agua con nuestros exiguos medios, ya que sólo disponíamos de cubos y una manguera de poco más de 10 metros. Es aquí cuando tenemos que agradecer la inestimable ayuda de Paco y su esposa Tere, de la Bodega Señorío de Rubiós, que nos acercaron una manguera suficientemente larga y prestaron sus manos el tiempo que pudieron, aún ignorando si podrían regresar a casa debido a los cortes de carreteras y los fuegos que las rodeaban.
Toda la noche fue un sin parar, y a la vez una manera de aprender mucho sobre las caprichosas formas de actuar del fuego. Armados con la manguera y unas linternas, fuimos mojando allí donde las brasas eran visibles, pero cuando avanzábamos unos pasos volvían a emerger de nuevo detrás de nosotros una y otra vez; si apagábamos las linternas podíamos divisar numerosos puntos incandescentes en la oscuridad aflorando en la maleza, incluso bajo nuestros pies, que varias veces se hundían en el terreno descubriendo una especie de chimeneas ardientes, que se mantenían vivas gracias a un fenómeno físico similar al que sucede en los hornos para fabricar carbón vegetal.
Ya agotados, decidimos turnarnos para vigilar, pero a las ocho de la mañana un buen número de focos se habían reavivado, lo que nos obligó a reanudar las tareas. A media tarde alzamos la vista y vimos como un inesperado aliado nos llegaba del cielo, una lluvia ligera comenzó a caer y poco tiempo después se convirtió en torrencial con fuerte aparato eléctrico. Cayeron esa noche muchos litros por metro cuadrado, y a pesar de lo temeroso del fenómeno nos sentimos mucho más seguros y aliviados.
Por la mañana hice una inspección general del entorno. El paisaje era desolador, como muestran las imágenes adjuntas, pero me llamó la atención que a pesar de hallarse el terreno fuertemente empapado, surgían varios puntos humeantes en esa superficie totalmente calcinada; se trataba de troncos donde el fuego penetró formando galerías internas, y manteniéndose vivo gracias a la resina y las altas temperaturas alcanzadas en su interior.
Más tarde, supimos que algunos vecinos tuvieron peor suerte, a sólo 300 metros varios cobertizos y alguna casa habitada desaparecieron bajo el fuego, también perecieron un buen número de animales domésticos, explotaron varios vehículos, y en una parroquia limítrofe se destruyeron negocios, naves industriales e incluso una fábrica de maderas quedó reducida a escombros junto con todo el equipo, camiones y maquinaria.
No hemos conocido nada semejante desde que nos alcanza la memoria, la nuestra y la de nuestros ancestros que aún viven. Fue un increíble y extraordinario suceso que mantendremos durante mucho tiempo en nuestro recuerdo.
PD. Un sincero agradecimiento a todos los que que han seguido de cerca nuestra situación, y se han interesado por nuestro estado. No olvidaremos las muestras de afecto recibidas.
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