La acumulación de estudios y experimentos, la búsqueda de un nuevo vocabulario y las sistematizaciones parciales sobre cuestiones particulares hicieron posible la publicación de las primeras ecologías generales durante la década de 1950.
El trabajo de síntesis fue especialmente laborioso, debido a la enorme cantidad de neologismos forjados por los primeros ecólogos, que hicieron necesaria la publicación de un primer glosario de nomenclatura, obra de J. R. Carpenter, en 1938. También colaboró eficazmente al desarrollo de la ecología general el tratado de bioecología de Clements-Shelford, ya citado en otro artículo anterior.
Los dos grandes tratados de ecología general, traducidos a todas las lenguas modernas y que han contribuido de modo definitivo al reconocimiento de la ecología como ciencia individualizada, son Fundamentos de ecología, escrito por E. P. Odum en 1953, y Elementos de ecología, obra de G. L. Clarke, publicada en 1954. Por su brevedad y claridad, también es interesante la Ecología básica de R. y M. Buchsbaum, editada en 1957.
En la perspectiva de los ecólogos de la década de 1950, queda definitivamente establecido que la ecología es una ciencia diferenciada dentro de la biología. G. L. Clarke la definió de manera muy expresiva, diciendo «que viene a ser el estudio de la fisiología externa de los organismos, los cuales necesitan un continuo aporte de energía y de materia para poder conservar la vida, al mismo tiempo que deben eliminar sus propios residuos».
Estudio del medio sobre los organismos
Existe, por consiguiente, una primera parte de la ecología general en la que se debe estudiar la influencia del medio sobre los organismos. Para mayor claridad, es preferible escoger los ejemplos a nivel de especies individuales, porque las influencias del medio en las comunidades naturales resultan mucho más complejas. Se estudian los dos grandes medios (el agua y el aire) y la tierra, comprendida como sustrato.
Se analiza la energía solar y las reacciones que provoca en los organismos, en su doble modalidad de luz y calor. Esta parte de la ecología general queda más completa si incluye unos capítulos de paleontología y biogeografía, para explicar en una perspectiva espacial y temporal más amplia la incidencia del entorno sobre los organismos.
En una segunda parte, se analizan las relaciones intraespecíficas de los individuos de la misma especie que forman una determinada población, con todo el conjunto de sus leyes demográficas.
Finalmente, en una tercera parte, la ecología considera las relaciones interespecíficas que regulan el equilibrio dinámico de las comunidades naturales, constituidas por la armoniosa integración de un conjunto de especies vegetales y animales en un lugar determinado. Además del estudio de las leyes que regulan la existencia de estas comunidades, se intenta descubrir y cuantificar la productividad del sistema, estableciendo el balance y teniendo en cuenta las cadenas alimenticias que lo constituyen.
Expresando en leguaje técnico el contenido de lo que se podría definir como un manual clásico de ecología general, podríamos reunir las dos primeras partes en un conjunto llamado autoecología, en la que se estudiarían las relaciones de una especie con su ambiente abiótico y entre los individuos que forman una población intraespecífica, mientras que la tercera parte sería el objeto de la sinecología, o sea, el estudio de las relaciones interespecíficas de las comunidades desde una perspectiva de productividad dinámica.
La sinecología se impone como la parte más importante de la ecología, porque la naturaleza es un conjunto incesantemente renovado de comunidades virtuales en equilibrio dinámico con su entorno físico. Tansley (1935) tuvo la intuición de atribuir a estas comunidades el papel central de la nueva ciencia, dándoles el nombre de ecosistemas, es decir, una unidad ecológica compuesta de organismos vivientes (una biocenosis) con su correspondiente medio inerte (un biótopo).
Redefinición de la nueva ciencia ecológica
Casi cien años después de la primera definición de Ernest Haeckel la ecología se redefinía como la ciencia que trata de las relaciones entre los seres vivos y su medio físico, así como las relaciones con todos los demás seres vivos de dicho medio. F. C. Evans (1956) insistió en el papel primordial de los ecosistemas y del interés en centrar su estudio desde una perspectiva energética.
Dentro de la ciencia ecológica, el hombre ocupa un lugar destacado de entre los seres vivos que pueblan la Tierra. Es lógico que la metodología de esta nueva ciencia, que se iba perfeccionando a medida que avanzaba el siglo XX, se mostrase adaptada al estudio de los humanos, a grupos formando poblaciones. No hay que olvidar que la demografía se inició precisamente como ciencia del hombre, ampliándose sólo más tarde al conjunto de las otras poblaciones. Por otro lado, la ecología humana podía aprovechar la información acumulada en los trabajos de geógrafo, etnólogos y sociólogos, que investigaban con rigurosa metodología las comunidades humanas rurales y urbanas.
Ecología urbana. Ecologías humanas
La ecología urbana interesó de modo particular a los investigadores estadounidenses, que pronto empezaron a publicar valiosos trabajos como La Ciudad (1925), obra colectiva de R. E. Park, E.W. Burgess y R. D. McKenzie. Este último publicó, años más tarde, La comunidad metropolitana (1933), mientras Park reunía una importante documentación que se editaría a principios de la década de 1950 con el título de Comunidades humanas: la ciudad y la ecología humana (1952), obra contemporánea a las Ecologías humanas de A. H. Hawley y J. A. Quinn (ambas publicadas en 1950) y algo anterior a la famosa Ecología del hombre (1957), de P. B. Sears.
El estudio de las pequeñas comunidades primitivas, a pesar de constituir excelentes objetivos de investigación, ya que pueden ser considerados «ecosistemas humanos casi naturales», tuvo un desarrollo menos espectacular que el de la ecología urbana, aunque abundaron las monografías desde principios del siglo XX. La influencia de la antropología en esta especialidad de la ecología humana es considerable, debido al desarrollo simultáneo, en el seno de aquella ciencia, de la llamada antropología ecológica.
Entre los autores estudiosos de grupos humanos concretos, podemos recordar a M. D. Sahlins, que viajó a Oceanía para conocer la estructura social de los polinesios (1958), R. F. Spencer, que convivió con los esquimales del norte de Alaska (1959), y J. H. Steward, que elaboró, después de sus estudios sobre los indios shoshones, una interesante Teoría del cambio cultural (1955), muy en la línea del nuevo pensamiento que se iba desarrollando dentro de la antropología y de la geografía culturales.