El deseo de salvaguardar los múltiples espacios naturales y especies salvajes en peligro de desaparición, estimuló la creación de las principales organizaciones para proteger la naturaleza que se fundaron durante la primera mitad del siglo XX. Entre ellas destaca el National Trust británico, organizado al estilo de una fundación, que ha logrado salvar infinidad de parajes naturales del Reino Unido.
Paul Sarazin convocó, como presidente de la Liga Suiza para la Protección de la Naturaleza, una primera Conferencia Internacional sobre tal asunto, que se celebró en Berna (1913) y que cristalizaría años más tarde en la Unión Internacional para la conservación de la Naturaleza y de sus Recursos (UICN), organización independiente que agrupa a centenares de otras organizaciones públicas y privadas, al mismo tiempo que convoca sus famosas conferencias internacionales.
El impacto tecnológico y el desarrollo de la ecología política
El impacto de la tecnología sobre la Tierra no es sólo una preocupación para los «ecólogos ambientalistas», sino que prepara el futuro desarrollo de la ecología política. Podemos citar el ejemplo de Fairfield Osborn como ilustración de la evolución de una mentalidad simplemente ambientalista hacia unas posiciones más comprometidas y militantes, a medida que aumenta el convencimiento de que la mal llamada civilización industrial es la responsable máxima del deterioro del medio ambiente. Osborn publicó en 1948 Nuestro planeta saqueado, auténtica obra pionera de la ecología política, estudiando las consecuencias catastróficas hacia las que necesariamente debía llevar la malversación de los recursos naturales. En 1956 se publicó El papel del hombre en el cambio de la faz de la Tierra, interesante trabajo de W. L.Tomas, referente al impacto cada vez mayor del hombre sobre la naturaleza.
Durante largos años, los estudiosos preocupados por el constante aumento del nivel de contaminación como consecuencia del desarrollo industrial, sólo encontraban comprensión entre los grupos más sensibles al equilibrio armonioso de la naturaleza. La tónica general era la de un optimismo desmesurado en favor del «desarrollo», entendido básicamente como un constante crecimiento económico de todas las naciones. Esta filosofía se plasmó de modo evidente al iniciarse la década de 1960, con la proclamación por parte de la ONU del llamado «decenio del desarrollo», durante el cual se multiplicaron las iniciativas, presionadas las más de las veces por los países del Tercer Mundo, que no querían continuar siendo naciones parias en un mundo cada vez más rico.
Las catástrofes que revolucionaron la opinión mundial
Sin embargo, lo que difícilmente era escuchado en boca de los científicos más responsables, se impuso en la opinión internacional debido a cierto número de catástrofes ecológicas que acapararon la atención mundial. La primera fue la del naufragio del superpetrolero Torrey Canyon, al chocar a toda máquina contra los arrecifes de Seven Stones, en el archipiélago de las Scilly, situado al SO. de Cornualles, el 18 de marzo de 1967. En pocos días se formó una inmensa «marea negra» con las 120.000 toneladas derramadas de los tanques, que manchó costas y playas de Cornualles, isla de Guernsey y litoral francés de la Bretaña, principalmente en la comarca de Tréguier.
El siniestro del superpetrolero Torrey Canyon, generó una honda preocupación
mundial en una época en que no existía compresión hacia los temas medioambientales.
Los esfuerzos realizados para atajar el desastre, a menudo improvisados sobre la marcha, se demostraron todavía más perniciosos que la propia marea negra, sobre todo el vertido de más de 15.000 toneladas de detergente para disolver la mancha de hidrocarburo, con peores efectos que el petróleo sobre la flora y fauna de la zona.
A principios de 1969, otra importante marea negra amenazó las costas californianas, contaminando una extensa zona del canal de Santa Bárbara, al producirse un accidente, el 28 de enero, en una de las plataformas offshore que trabajaban frente a las playas norteamericanas. Nuevamente se conmocionó la opinión mundial, y de modo muy especial, la americana. Sin embargo, el pozo responsable del desastre entraba nuevamente en servicio en junio del mismo año. Desgraciadamente, las mareas negras se fueron repitiendo, provocando una sensación de impotencia en la opinión pública, que adivinaba que la contaminación deviene un auténtico peligro a escala mundial, confirmando las predicciones de los científicos más clarividentes.
Otras noticias de contaminación industrial alertaron nuevamente a la población mundial, cada vez más consciente de los graves riesgos a que se exponen los hombres, a menudo sin sospecharlos siquiera. La larga historia de la llamada «enfermedad de Minamata», considerada como una epidemia sin identificar cuando fu detectada por primera vez, en 1953, entre los pescadores de la aldea de Minamata, en la isla de Kyushu (Japón), fue un ejemplo esclarecedor.
Kyushu
Isla de Japón, la más meridional de las cuatro grandes, entre el mar de la China Oriental (O) y el Pacífico (E), separada de Hondo por el estrecho de Shimonoseki y de Shikoku por el de Bungo; Muy montañosa, con numerosos volcanes.
Para el equipo médico responsable del hospital de Kunamoto, del que depende Minamata, pronto fue diagnosticada la causa de la enfermedad como un envenenamiento del sistema nervioso central causado por mercurio orgánico, comprobándose la presencia de dicho metal en las cloacas de la fábrica química de la sociedad Chisso, instalada cerca de la aldea.
La dirección de la Chisso negó que utilizara mercurio orgánico en sus procesos de fabricación; las autoridades gubernativas aceptaron todo tipo de sobornos para dificultar las investigaciones, a pesar de que la enfermedad continuaba atacando a los pescadores. Sólo a finales de 1965 (doce años después de los primeros casos) se toman medidas concretas, siendo necesarios otros tres para que la empresa reconozca utilizar mercurio orgánico en secreto, para no revelar el proceso de fabricación de sus productos.
Para la población europea, la contaminación del Rhin por endosulfán, en 1969, que provocó el envenenamiento de millones de peces y el cese del suministro de agua potable en muchas ciudades ribereñas, principalmente de Holanda, fue otra seria advertencia sobre la fragilidad de la «sociedad de la opulencia» basada en volver artificial el entorno.