El estudio de la fotosíntesis
El estudio científico de la fotosíntesis se inició en 1771, con las observaciones hechas por el químico Inglés Joseph Priestley. Priestley hizo el experimento de quemar una vela dentro de un recipiente cerrado, observando que se apagaba cuando el aire ya no podía mantener la combustión.
Tras insertar una ramita verde de menta en el contenedor, Priestley descubrió que transcurridos varios días se había producido alguna sustancia (que más tarde sería identificada como el oxígeno), y que permitía que el aire confinado apoyase de nuevo la combustión de la vela.
Se considera a Priestley como el descubridor del oxígeno, hecho que sin embargo también fue estudiado por otros coetáneos suyos, como Carl Wilhelm Scheele y Antoine Lavoisier. Lo que sí puede atribuirse sin duda a Priestley, es el haber descubierto la importancia fundamental que el oxígeno juega en la vida de cualquier organismo, al conseguir aislarlo e interpretar su función.
Joseph Priestley (1732-1804)
En 1779 el médico y botánico británico de origen holandés Jan Ingenhousz revisó y amplió la obra de Priestley, demostrando que la planta debía ser expuesta a la luz para que la sustancia combustible (el oxígeno) pudiera ser restaurada, es decir, interpretó el proceso mismo de la fotosíntesis, motivo por el que es reconocido como su descubridor.
Ingenhousz también experimentó con diferentes tipos de vegetales, demostrando que en el proceso fotosintético se requiere la presencia de los tejidos verdes de las plantas.
Jan Ingenhousz (1730-1799)
En 1782 se demostró que el comburente (el oxígeno) se formó a expensas de otro gas, que había sido identificado el año anterior como dióxido de carbono.
Diversos experimentos de intercambio de gases realizados en 1804, concluyeron que la ganancia de peso de una planta era producto de la suma del carbono, obtenido a partir del dióxido de carbono y del agua absorbida por las raíces de las plantas.
Tuvo que transcurrir casi cincuenta años más para que el concepto de energía química se desarrollase lo suficiente, como para permitir el descubrimiento (en 1845) que la energía lumínica del sol se almacena en forma de energía química en los productos formados durante la fotosíntesis.
Véase también aquí –>información sobre el estudio de los cloroplastos